Despierto con un corazón que no es mío y caigo en el más absoluto de los silencios. Puedo tener diez manos pero irremediablemente se me quiebran todos los dedos para escribir. Diciembre luce un color casi mágico, casi de película. A veces es verde y otras, un rojo pálido que riéndose de mí se vuelve rosa y me guiña un ojo.
Caminar temprano por la avenida mientras la ciudad aún duerme y pensarme que soy parte de ese paisaje gris cubierto de palmeras que apenas perciben mi existencia. Así la mañana se cuela entre todos mis tejidos hasta matarme y devolverme a esta realidad de aire fresco y bienestar. Quiero escribir con la liviandad de la garúa y la frescura de una luna de vino vaciándose en mis zapatos. Diciembre es célebremente triste y musical.
Un papal Noel montado a una bota dorada adorna algunas fotos y la vida se va licuando dulcemente como una música antigua, como una melancolía del cuerpo aspirándose la noche y la nostalgia, aferrada a mis tobillos, vuelve a sonar como un arpegio que se lleva en la garganta.
Caminar temprano por la avenida mientras la ciudad aún duerme y pensarme que soy parte de ese paisaje gris cubierto de palmeras que apenas perciben mi existencia. Así la mañana se cuela entre todos mis tejidos hasta matarme y devolverme a esta realidad de aire fresco y bienestar. Quiero escribir con la liviandad de la garúa y la frescura de una luna de vino vaciándose en mis zapatos. Diciembre es célebremente triste y musical.
Un papal Noel montado a una bota dorada adorna algunas fotos y la vida se va licuando dulcemente como una música antigua, como una melancolía del cuerpo aspirándose la noche y la nostalgia, aferrada a mis tobillos, vuelve a sonar como un arpegio que se lleva en la garganta.
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