miércoles, enero 04, 2006

Las hojas del peregrino

enorme fúsil inyectas a este verso cuajado de ceros la insolente proliferación de la forma sobre el odio, a veces, avanzas a paso redoble buscando la pasividad del clavo, tanteando afanosamente en ser más que una súplica abierta al balcón de la ventana y ¿para qué? si tus ojos de perro descascaran la espesura del olvido

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La envidia

 Y la envidia se vistió de mujer oscura, se maquillo los parpados, se miro en el espejo, Se ajusto los botones de un traje viejo y raído, ...