Sufrió ausencias en un país extranjero, que nunca le habló de la inmortalidad de las cosas. Apenas encontró una voz de dudosa cordialidad en la mujer imaginaria, la mujer del espejo. El tiempo le besó los pies y la consoló como a una reina redimida de honores. Nadie le entregó las llaves de su casa, y cuando se marchó, su presencia se fue destilando al sol debajo de un poema.
miércoles, enero 11, 2006
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La envidia
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