Últimamente pienso en la necesidad que tiene el escritor de decir las cosas de modo diferente. Creo que todos los seres humanos sentimos lo mismo o mejor dicho compartimos cierta similitud en nuestros sentimientos y emociones. Todos sentimos amor, dolor, placer, tristeza, cariño, depresión, angustia, ira, rabia, etc. Quizás en mayor o en menor intensidad, pero en definitiva todos somos parecidos en lo básico.
Ahora bien, ¿cómo trasmitir eso de la mejor manera posible? ¿Cómo hablar de lo que todos sentimos de una forma que llegue, que rompa la inercia e indiferencia de los lectores? Supongo que se necesitan muchas lecturas, es decir, ver lo que otros escribieron y cómo lo hicieron para encontrar nuestra voz.
A veces y especialmente en estos meses, creo que mi enamoramiento con Alejandra Pizarnik invade todos mis escritos. En muchas oportunidades, sin darme cuenta, la estoy reescribiendo. Tal vez porque me siento muy identificada con sus emociones y sus textos trasmiten en forma magistral mi parte más “oscura” y más triste. En cierta forma, me encuentro conectada con una loca depresiva, que se terminó suicidando. Perdóname, Alejandra, pero es la verdad.
Leerla no sólo me produce un enorme gozo estético, sino que me enseñó a conservar lo esencial y más sugerente del poema. En estas semanas corrijo bastante, sin embargo no he perdido la espontaneidad. Este blog es una válvula de escape para sacar afuera lo primero que se me viene a la mente (¿¡surrealismo!?). No obstante, no comparto la forma de vida de los primeros surrealistas franceses. No me gustan los seres extraños o muy oscuros, que se apartan de lo establecido y viven cómo se les canta.
Creo que un mínimo de organización en la vida es imprescindible. No puedo ir haciendo lo que quiera. No está bien y no es correcto. Me gusta la gente ordenada y eficiente, que sabe a dónde quiere llegar y cómo hacerlo. No hablo de los calculadores o de quienes sacan provecho a todo el mundo, sino de las personas seguras que viven dentro del sistema y saben como encauzar sus vidas. A eso apunto.
Por otro lado, me preocupan mis carencias lingüísticas, mis problemas con la acentuación. Me cuesta colocar los acentos, incluso al hablar tengo el mismo inconveniente. Nunca tuve buenas profesoras de Lengua. Pero igual sigo escribiendo. Me gustan los finales contundentes. El final tiene que ser como una patada que te pegan en el estómago. Así deberían cerrar todos mis poemas.
Ahora bien, ¿cómo trasmitir eso de la mejor manera posible? ¿Cómo hablar de lo que todos sentimos de una forma que llegue, que rompa la inercia e indiferencia de los lectores? Supongo que se necesitan muchas lecturas, es decir, ver lo que otros escribieron y cómo lo hicieron para encontrar nuestra voz.
A veces y especialmente en estos meses, creo que mi enamoramiento con Alejandra Pizarnik invade todos mis escritos. En muchas oportunidades, sin darme cuenta, la estoy reescribiendo. Tal vez porque me siento muy identificada con sus emociones y sus textos trasmiten en forma magistral mi parte más “oscura” y más triste. En cierta forma, me encuentro conectada con una loca depresiva, que se terminó suicidando. Perdóname, Alejandra, pero es la verdad.
Leerla no sólo me produce un enorme gozo estético, sino que me enseñó a conservar lo esencial y más sugerente del poema. En estas semanas corrijo bastante, sin embargo no he perdido la espontaneidad. Este blog es una válvula de escape para sacar afuera lo primero que se me viene a la mente (¿¡surrealismo!?). No obstante, no comparto la forma de vida de los primeros surrealistas franceses. No me gustan los seres extraños o muy oscuros, que se apartan de lo establecido y viven cómo se les canta.
Creo que un mínimo de organización en la vida es imprescindible. No puedo ir haciendo lo que quiera. No está bien y no es correcto. Me gusta la gente ordenada y eficiente, que sabe a dónde quiere llegar y cómo hacerlo. No hablo de los calculadores o de quienes sacan provecho a todo el mundo, sino de las personas seguras que viven dentro del sistema y saben como encauzar sus vidas. A eso apunto.
Por otro lado, me preocupan mis carencias lingüísticas, mis problemas con la acentuación. Me cuesta colocar los acentos, incluso al hablar tengo el mismo inconveniente. Nunca tuve buenas profesoras de Lengua. Pero igual sigo escribiendo. Me gustan los finales contundentes. El final tiene que ser como una patada que te pegan en el estómago. Así deberían cerrar todos mis poemas.
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