Y quiso el miedo apoderarse de mí y nadie me advirtió de sus consecuencias. Y yo me preguntó por qué soy este río de ojos oscuros. ¿Por qué se necesitan cien muertos para abrazar el crepúsculo? Me devora esa patética actitud de niña dentro del espejo, de pantalones sueltos a los costados de una camiseta.
Un pequeño Lucifer se apodera de mis entrañas y me habla desde su saco. ¿Por qué nadie me advirtió sobre el precipicio? ¿Por qué nadie obstaculiza su inteligencia? ¿Dónde el dolor de tu adiós puede más que la despedida de unas manos? Me persiguen: el instinto de jaula, la guerra de tambores y un caracol copulando en mis senos.
Nadie me preguntó si había decidido quererte o penetrar en la invisibilidad de tu costado. A veces he abandonado todas las formas para correr presa de soledad a tu encuentro. A veces he colgado las lágrimas en una terminal sin rieles.
Me repliegan: las voces indocumentadas, la parafernalia de los dedos, el apretón de una cintura y los dolores de parto. ¿Dónde la tristeza amanecida anclará sus barcos? ¿Dónde escribiré, cuando todos los cuadernos me sean vedados?
Y yo me pregunto porqué soy esta palabra recostada en el borde. ¿Por qué la zozobra de la imperfección? Me hipnotizan: la morbosidad de unas líneas pronunciadas al descuido, la terapia del último minuto y el empujón de unas caricias sopladas en el vientre.
¿Por qué la luna pronuncia su sentencia de mujer albina sobre mi espalda? Me delatan: los vaivenes del pasado, la autodestrucción de las pupilas y la personificación de una pregunta que no detiene su curso. Y yo me pregunto por qué soy ese ademán que curva el silencio.
Y quiso el miedo apoderarse de mí y nadie me advirtió de sus consecuencias.
Rosario, 8 de diciembre de 2003
Un pequeño Lucifer se apodera de mis entrañas y me habla desde su saco. ¿Por qué nadie me advirtió sobre el precipicio? ¿Por qué nadie obstaculiza su inteligencia? ¿Dónde el dolor de tu adiós puede más que la despedida de unas manos? Me persiguen: el instinto de jaula, la guerra de tambores y un caracol copulando en mis senos.
Nadie me preguntó si había decidido quererte o penetrar en la invisibilidad de tu costado. A veces he abandonado todas las formas para correr presa de soledad a tu encuentro. A veces he colgado las lágrimas en una terminal sin rieles.
Me repliegan: las voces indocumentadas, la parafernalia de los dedos, el apretón de una cintura y los dolores de parto. ¿Dónde la tristeza amanecida anclará sus barcos? ¿Dónde escribiré, cuando todos los cuadernos me sean vedados?
Y yo me pregunto porqué soy esta palabra recostada en el borde. ¿Por qué la zozobra de la imperfección? Me hipnotizan: la morbosidad de unas líneas pronunciadas al descuido, la terapia del último minuto y el empujón de unas caricias sopladas en el vientre.
¿Por qué la luna pronuncia su sentencia de mujer albina sobre mi espalda? Me delatan: los vaivenes del pasado, la autodestrucción de las pupilas y la personificación de una pregunta que no detiene su curso. Y yo me pregunto por qué soy ese ademán que curva el silencio.
Y quiso el miedo apoderarse de mí y nadie me advirtió de sus consecuencias.
Rosario, 8 de diciembre de 2003
2 comentarios:
quería agradecerte por los elogios del otro día en mi blog y también por el link.
un gusto para mí leerte.
cariños.
Gracias, voyeur. Pero no hay nada que agradecer. :)
Un abrazo.
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