Nos volvemos dinosaurios de lo oscuro, barcos aglutinados de primaveras. Una voz cayendo por las pestañas y un universo que se come parte de nosotros. La inmortalidad del sexo opuesto, de la política, del fútbol o del reproche. Somos seres cotidianos, suspendidos en el perchero de las cigarras. Repisas colmadas de palabras, fotografías colmadas de silencios, soles colmados de tormentas. Objetos bostezando en un tablero, invocación egocéntrica de los sentidos. Paladar de minutos adormecidos, de extrañas apariencias que caminan las paredes. Hombres y mujeres taladran nuestras memorias. La humedad nos corona con su chaqueta de madame. Pequeños dioses hacia la muerte. Podredumbre de lunes a viernes y festival de los feriados. Somos carne, refracción de la luz, títeres de un Demiurgo anochecido de espantos. Inviernos surcando glorietas en un corredor de agua que se tambalea con el paso de los años. Trascender hacia lo intrascendente, vegetar hacia lo intangible. Acostarse a dormir la melancolía del invierno y prescindir de nuestra piel cuando portamos maletas en todas las direcciones. Violetas de labios marchitos, somnolencia de la mirada y fugarse debajo de las hojas, debajo de la piel y de un Cristo tapizado de llanto. Porque adoramos la inmutabilidad del tiempo que juega a los dados con nuestras palabras.
Rosario, 19 de noviembre de 2003