lunes, diciembre 25, 2006

De cómo devoraron los perros locos a la niña muerta

No en vano lloran las silenciosas mujeres que oscurecen en invierno. No en vano palidecen las flores cuando yo paso. Hoy no contaré mi peor secreto. Guardaré rostros de esa tristeza para los que no me quieren. Hoy no contaré lo del luto que llevan mis pies cuando la luz se esconde dentro de la casa. No en vano quieren hacerme parecer esa loca, esa mujer insulsa que se sienta sobre el tejado a gritarles groserías a los pobres como si de eso se tratará vivir. Afuera agoniza un sol de verano, escupiendo sangre amarilla sobre las nubes. Una niña que podría ser yo se hamaca sobre sus huesos, su esqueleto se le sale del cuerpo y la deja muerta en la calle. No en vano los perros salen corriendo a comerse su cadáver; un pequinés de aspecto gordo devora sus ojos. Mejor no detenerse en lo odioso del paisaje: un poco de piel, unos perros locos y yo que no me reconozco, mirando.

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La envidia

 Y la envidia se vistió de mujer oscura, se maquillo los parpados, se miro en el espejo, Se ajusto los botones de un traje viejo y raído, ...