Mis manos se esconden bajo las cenizas de ese,
que supo ser mi cuerpo y mis ojos,
cadáveres de otros ojos, velan por ti.
Pero sé que insuficiente,
yo nacía para cantarle al silencio de las cosas
y resguardarme de los perros rabiosos,
de los malos hombres que tejen en sus coches,
dolores para el insomnio,
cristales para el cansancio.
Desde esta ciudad que ya no creo mía,
he aprendido a coleccionar las horas
como piezas de un rompecabezas
que luce interminable
y me crece desde la panza
hasta las raíces,
donde el hambre
se confunde con el sueño
y el sueño saborea la nostalgia
Allí mis madreselvas y mis peces de cera
se desviven por correr carreras con la muerte,
y se ríen,
apretando los dientes,
contra espejos impronunciables.
La ausencia agujerea la noche,
licuando estrellas en su parto.
Amanece y te nombro.
que supo ser mi cuerpo y mis ojos,
cadáveres de otros ojos, velan por ti.
Pero sé que insuficiente,
yo nacía para cantarle al silencio de las cosas
y resguardarme de los perros rabiosos,
de los malos hombres que tejen en sus coches,
dolores para el insomnio,
cristales para el cansancio.
Desde esta ciudad que ya no creo mía,
he aprendido a coleccionar las horas
como piezas de un rompecabezas
que luce interminable
y me crece desde la panza
hasta las raíces,
donde el hambre
se confunde con el sueño
y el sueño saborea la nostalgia
Allí mis madreselvas y mis peces de cera
se desviven por correr carreras con la muerte,
y se ríen,
apretando los dientes,
contra espejos impronunciables.
La ausencia agujerea la noche,
licuando estrellas en su parto.
Amanece y te nombro.
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