sábado, febrero 18, 2006

Perdida en la ciudad de serpentina

Ay el hambre,
la inefable bestia de sombrero puntiagudo


Ayer salí a recorrer tus horizontes y sus nostalgias. Y me perdí como un niño entre tanta gente que no decía nada. ¿Cómo podré saber de ti o de aquella mujer que extravió su frente cuando intentó cruzar el espejo del otro lado de la calle?

¡Qué sola estarás hoy y tal vez mañana cuando las flores vayan vaciando sus nidos! Los paseantes perfuman sus añejas canciones como si de esta forma pudiesen revivir algún sueño embotellado de “no-me-olvides”.

Tu pelo fue flotando a la deriva de mi cansancio. Dejó su barco de aleccionadoras palabras y trepó con frenesí hacia un árbol para no volver, para no quitarte las ganas… Elefantes, monos y lacayos colgaron su equipaje en todas partes. No había manera de divisar un solo puente hacia donde correr cuando apretaran las manos.

Ayer salí a recorrer tus fotos y la naftalina que abrigaba tu rostro. Le cosí alfileres a tus dolores de parto para que no remiendes los vidrios de aquellos años. La ciudad no se moviliza de noche y apenas aguarda, sentada en su muro, que le tiendas los dedos en señal de agrado.

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La envidia

 Y la envidia se vistió de mujer oscura, se maquillo los parpados, se miro en el espejo, Se ajusto los botones de un traje viejo y raído, ...