sábado, septiembre 16, 2006

Atrapada

I
No me dejan ser ni tampoco huir. Las tardes en mi balcón naufragan sin saber de vos, sin saber de mí. “Paciencia”, eso me piden. ¿A dónde se van todos cuando cierro las persianas y nadie me concede una flor a través del espejo?

¿Qué mano ilusa enseña cabriolas en mi cuaderno? Pero si soy viento despoblado de tejados, y no tengo más que esta garganta. Sólo soy yo con mis propias piernas, andado a gatas por la casa cuando no me observan. Otros pelearon por mi cuerpo, por la luna estopa y se fueron lejos.

Soy yo, poeta, la pequeña mujer de trapo.


II
Vengan a mí, todos ustedes, cada uno. Me pertenecen sus vidas, sus flores, sus casas y cumpleaños. La muerte es una puta de malas maneras que no persigue destinos sólo tontos enamorados.

Desde mis cicatrices de araña, el hombre de horizontes anchos se va, se escapa. “Estúpido”, dicen mis huesos. Maldito, pervierte el cansancio. Sólo soy un maniquí sin alas de seda ni espuma de barro.

Pero sé cantar entre tanta gente, entre tantos signos suspendidos en el espacio. Las cosas adquieren alma a medida que las pintamos: cacharros de sueños cortos, rutas de idiomas altos.

Oh, poeta, sólo me sueño eso y apenas desmayo tu nombre en el perfil del piano.

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La envidia

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