lunes, enero 15, 2007

Fe

Había que abrir la senda, introducirse en el agua bendita. Rezar. Implorar las manos, sentir. Entonces, alegremente pudimos reconocernos. Ya no había nadie más en el corazón del hombre. Simplemente tu rostro y una herida incapaz de detenerse. Habíamos perdido la fe, pero yo te seguía queriendo, Padre. Y vos me seguías mirando desde allí arriba.

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La envidia

 Y la envidia se vistió de mujer oscura, se maquillo los parpados, se miro en el espejo, Se ajusto los botones de un traje viejo y raído, ...