sábado, agosto 16, 2014

Querido lector imaginario:

Quiero que sepas que el placer de escribir es ese disfrute que nunca se pierde, es como el gozo eterno de los enamorados. Aunque en la práctica ni el amor ni el gozo son eternos, y algunas personas se me representan como simples juguetes de sus emociones.

Pienso que escribir es el acto más revolucionario, escribir con talento me refiero. No hay acto más puro y más intimista que la escritura. En la soledad, el escritor es uno, no hay máscaras ni maquillajes. No necesita ser políticamente correcto ni caerle bien a nadie. Simplemente necesita encontrarse con su espíritu, si es que este último reside de alguna manera en nosotros.

Siempre pensé que escribir es una forma de parir, y cuando más hermosos los escritos, más cruelmente bellos resultarán los partos. Venero la buena poesía como si se tratara de la más suprema de las adicciones, y considero que el talento de otros me reconcilia con la vida. Amo el talento, no la mediocridad de quienes se  auto-proclaman poetas y sus poemas me hacen chirriar los oídos. Detesto que los seudo-escritores mancillen tanto la palabra “poesía”.

En lo más interno, siempre me soñé una humilde aprendiz de poeta. Y quizás algún día, de esos días terriblemente cursis, alguien encuentre en mis versos un pequeño remanso de felicidad, de alegría o de dicha. Mientras tanto, hoy me siento más cerca de este poema que escribí hace años:


Mujer de aire

No es lo que parece a mis sentidos
ni yo esta mujer de aire.

Mi alma no vive en este mundo.
Mi voz es la de un pájaro dormido.
Mi unidad es cuestión de maquillaje.
Mis bocetos se ilustran de novelas,
de soles vagando por sus lunas.

De mí huyó la tarde y el cansancio,
la triste muchedumbre del mercado.
Mis brotes no huelen a semilla,
mi lengua adolece de preguntas.

Me prolongo en un país de vegetales,
de manos astilladas por sus dedos.
De mí huyó la noche y la desgracia,
la misma costumbre de lo inerte.

(Año 2003) 

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La envidia

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