El martes pasado falleció mi papá. Hay quienes lo conocieron, otros -quizás por referencia- y otros que no. Y no sólo se fue un hombre que tenía una mente privilegiada. Se trata de una persona que continuamente leía, que estudiaba y que tenía un altísimo nivel cultural. Tal vez piensen que este comentario responde al hecho de que soy la hija, y la verdad es que no. Quienes lo conocieron puedan dar fe de todo lo digo.
Lo bueno es que muchos de estos comentarios que hacían colegas suyos, se los pude trasmitir en mi vida. Comentarios como: “tu papá es una de las mentes más brillantes que conocí”, o “tu papá dio la mejor exposición oral que escuché en mi vida” o “la mente de tu papá es única”. Comentarios así siempre estaban a la orden del día. Lo que para un hijo o hija no es poco. Al contrario, es mucho.
Pero dejando de lado ese aspecto, mi papá era una persona excepcional por otra cosa: tenía valores, grandes valores. Era honesto, hiper generoso y muy compasivo. Y atento, muy atento. Frases como “no se le pega al que está caído” o “no hay que burlarse del más débil” eran frecuentes. Y siempre me enseñó compasión por el más débil, lo que para un hijo o hija no es poco. Al contrario, es mucho.
Y yo tuve la suerte de ver muchísimos de esos ejemplos. Lo que repito: para un hijo o una hija no es poco. Al contrario, es mucho. No eran palabras vacías o discursos armados. Se trataba de actos concretos: algunos grandes y otros, más pequeños. Pero, en definitiva, yo tuve la suerte de ser la hija de Roibón, un hombre que además de su enorme inteligencia, era coherente con lo que enseñaba. ¡Gracias papá!