Existía un dejo de libertad en su estructura,
en su dejarse ir. Apenas la nostalgia la embriagaba como embriagan los perfumes
fuertes, se aferraba casi con locura a aquel recuerdo que nunca la abandonaría.
Amelia era así. Distante, indiferente, apacible, demasiado sensible para
algunas cuestiones, demasiado filosa para otras. A veces incomprendida, otras
admirada. Pero nunca jamás ajena. Entendía el arte de esconderse más allá de
los espejos, de esconder su voz, esa voz tan perfecta y tan pequeña. Amelia no comprendía
mucho a quienes la rodeaban. Su destino se había convertido en una cárcel de pétalos
perfumados y de dardos que se clavan al final del ocaso. Escribir detrás de la
ventana como quien espera que pase una pandemia; he ahí su máxima revolución. Sobrevivir
la cuarentena era casi una obligación. Pero a veces los finales felices no vienen
con los mejores cuentos. El desenlace incierto de este relato nos lleva a
preguntarnos: ¿si Amelia superó el aislamiento? Quizás en semanas o meses
tengamos alguna respuesta. Por ahora, brindemos por Amelia y por todas las
mujeres que sobrellevan la cuarentena de la mejor manera.
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