Nuestra pequeña casa encierra una mística de manos, un dulzón amargo que recuerda besos que ya se perdieron. Nuestra casa sabe de rencores agenciados en medio de la noche cuando nadie piensa en nosotros, que como dos extraños nos miramos.
¿Alguien sabe de tus palabras atravesando mi alma o de mis puños crispados en dirección opuesta a la tuya? ¿Alguien sabe que en nuestra casa el dolor es un perfume persistente que nos está matando? No, tal vez nadie haya leído el destino que tejían nuestras primeras citas, nuestros primeros abrazos bajo el sol de mayo.
Y ahora te escribo desde nuestra casa, viendo como colecciono ausencias y torpezas detrás de mis pestañas cansadas de buscarte y un color chiquito danza en la monotonía del cuarto, en la memoria silente de quien espera en vano.
Sabes, nuestra pequeña casa se ha vuelto desértica y ya no quedan ganas de seguir llorando.
¿Alguien sabe de tus palabras atravesando mi alma o de mis puños crispados en dirección opuesta a la tuya? ¿Alguien sabe que en nuestra casa el dolor es un perfume persistente que nos está matando? No, tal vez nadie haya leído el destino que tejían nuestras primeras citas, nuestros primeros abrazos bajo el sol de mayo.
Y ahora te escribo desde nuestra casa, viendo como colecciono ausencias y torpezas detrás de mis pestañas cansadas de buscarte y un color chiquito danza en la monotonía del cuarto, en la memoria silente de quien espera en vano.
Sabes, nuestra pequeña casa se ha vuelto desértica y ya no quedan ganas de seguir llorando.
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