Ayer mientras leía, escuché un sonido extraño en el fondo de la casa. Asustada, corrí a ver de qué se trataba. Afuera las nubes parían campanadas de agua sobre los techos de la ciudad. Un pajarito agonizaba en el jardín, apenas podía moverse. Mojado y todo, aún se aferraba a la vida. Pensé que si lo levantaba, moriría. Sin embargo, a los pocos minutos dejó de latir. No debo amargarme, pensé; invertimos parte de la existencia coleccionado historias tristes y cuentos de terror. Unos vienen, otros se van. Somos, mamá, caricia de hojas secas en la terquedad del viento, flores marchitas en un jarrón. Un demiurgo nos mueve los hilos y escribe en letras doradas el último capítulo de la obra de teatro que alegremente representamos. La criatura más pequeña es un ejemplo de lo vulnerable e indefensa que es la naturaleza. Cuando terminó de llover, decidí enterrar al pichón cerca del rosal. Quizás allí su alma, si es que las aves la tienen, encuentre la paz que necesite. De esta forma me sentí mejor. No podemos dejar cadáver tirados como basura. Luego del improvisado funeral, retomé a los libros de las melancólicamente inolvidables Storni y Pizarnik. Espero que estés bien. Yo estoy un poco triste, porque pienso en Argentina y en toda la gente que quiero.
Cariños,
Silvia
Cariños,
Silvia
2 comentarios:
Mientras uno recuerda se mantiene vivo, o puede que sea exactamente todo lo contrario.
Estupenda carta con retazos de un Segismundo agónico pero consciente.
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