No puedo con todo el peso del mundo.
No estamos hechos para cargar a todos.
A veces la gente se cuela por mis espacios, invadiendo
mis cavidades.
Pero es mi error, dejarlos pasar. La gente
pasa, toma y sale corriendo.
Algunos se quedan a jugar, otros se van
indiferentes.
El dolor se divide o se multiplica, pero a
veces no se detiene.
Entonces, corro por toda la casa, abro las
ventanas y una onda expansiva suena en alguna parte.
Y es así como un piano se derrumba sobre mis
narices, y quiero gritarles a todos, que ya paren, que ya no sigan, que de a
poco están matando a la valiente.
Y es ahí, en esa tristeza sin justificativo cuando
suena la música de mis propias manos, de mi propia lengua. Dentro de mi cuerpo,
vive un fantasma que sufre y llora por cada afrenta.
Y como un arpegio de sol, hay que darlo vuelta.
Y pedirle que se retire silenciosamente hacia dentro. No puedo cubrir con máscaras
lo que mis genes gritan, tampoco puedo desterrarlos de este planeta.
Simplemente aceptar que vive dentro de mí, una
niña que sufre, grita y patalea, porque la han tratado mal algunos estúpidos que
siempre intentan…
Seguir luchando, seguir siendo yo para cuidarse,
para lo que valga la pena. Los otros, que sigan despotricando en su propia
miseria. Entonces, ¿vamos a jugar y abrir la puerta?