lunes, mayo 08, 2006

Roberta y el juego de espejos

Querida Roberta
(o como quieras llamarte):


Me enveneno en tus no-cartas, en tu indiferencia pintada de buenas costumbres. ¿Me queres? Parece que no, que te ahogas de prepotencias inútiles, de viajes mentales, de paciencia, de una aire de princesa húngara ignorándome. Vos sabes que te quiero casi como una loca, existencia de alas imposibles.

Te pregunto si pensas en mí, aunque sea para odiarme. Parece que no. Perdóname, estoy en otra órbita, escribo poemas en un libretita blanca de tapas duras comprada en la Feria del Libro en Buenos Aires. A veces recuerdo tu sombra, que duele más que tu ausencia.

La ciudad ya no me aguanta. Lo presiento. El río me mira como si tuviera sarna y los perros de la calle se escapan de mí, salvo Tuqui, el mestizo abandonado cerca de la Plaza Sarmiento. Tuqui y su corazón de hadas más buenas que la leche Nido.

Escucho una conversación nocturna. Hablo con las plantas, las paredes. Me dicen que estoy agotada de tanta nostalgia guardada en frasquitos de colores. ¿Pero quién sabe si alguna vez me miras? Mientras tanto sigo con mi amor de palabras y versos que fracturan mi sentido del ritmo.

Oh, si vos, la otra me quisiera, seríamos una. Pero estoy tan sola, tan mitad buscando el todo. Roberta, grita desde tu rincón, te pido. No tengo tanto tiempo para esperarte surgir del lado más amable del espejo. Roberta grita, te pido, que alguna vez estuviste allí.

Rosario, escrito en alguna fecha poco importante.

domingo, mayo 07, 2006

Dígalo con agua

“¡Qué insolencia llover de esa manera!”, pensé, mientras una gota del tamaño de una cabeza de alfiler me sacaba la lengua para burlarse de mí. Pero la pobre no pudo prever su final. Al segundo y medio ya estaba muerta, cayó sobre el piso de mi patio, llevándose todas sus ganas de hacerle chistes a las personas.

Moraleja: ¡Hasta la gota más burlona encuentra su merecido!

Limo


Entrar en la dimensión de Limo es como estrellarse las rodillas con polvo de estrellas y romperse los huesos con sombra de margarita silvestre. Limo es una constelación de personita y duende pintado a mano con acuarelas finitas. Limo es un ángel que sonríe desde su cuna de madera, esperando los ansiados brazos de su madre. Limo podría llamarse Emma y encontrarse cerca de mí, en alguna ciudad argentina llamada Rosario.

Querida mamá:

Ayer mientras leía, escuché un sonido extraño en el fondo de la casa. Asustada, corrí a ver de qué se trataba. Afuera las nubes parían campanadas de agua sobre los techos de la ciudad. Un pajarito agonizaba en el jardín, apenas podía moverse. Mojado y todo, aún se aferraba a la vida. Pensé que si lo levantaba, moriría. Sin embargo, a los pocos minutos dejó de latir. No debo amargarme, pensé; invertimos parte de la existencia coleccionado historias tristes y cuentos de terror. Unos vienen, otros se van. Somos, mamá, caricia de hojas secas en la terquedad del viento, flores marchitas en un jarrón. Un demiurgo nos mueve los hilos y escribe en letras doradas el último capítulo de la obra de teatro que alegremente representamos. La criatura más pequeña es un ejemplo de lo vulnerable e indefensa que es la naturaleza. Cuando terminó de llover, decidí enterrar al pichón cerca del rosal. Quizás allí su alma, si es que las aves la tienen, encuentre la paz que necesite. De esta forma me sentí mejor. No podemos dejar cadáver tirados como basura. Luego del improvisado funeral, retomé a los libros de las melancólicamente inolvidables Storni y Pizarnik. Espero que estés bien. Yo estoy un poco triste, porque pienso en Argentina y en toda la gente que quiero.

Cariños,
Silvia

viernes, mayo 05, 2006

Pies mojados


La búsqueda es eso, testimonio. Escucho como el silencio me invade y una ráfaga se vuela parte de mi ropa. Permanezco muda, los zapatos mojados se refugian en mis medias, y me sonríe un sol entre nubes, opaco, meditabundo. Apenas recuerdo quién era, casi todo parece esfumarse. Hoy me di cuenta que soy un fantasma y mi cadáver lleva más de dos semana sentado en el banco de una plaza. Morí mientras llovía.

La envidia

 Y la envidia se vistió de mujer oscura, se maquillo los parpados, se miro en el espejo, Se ajusto los botones de un traje viejo y raído, ...